Cuando el león elige, la estrategia gana

En una calurosa tarde en la vasta sabana africana, dos exploradores estadounidenses, Mike y Tom, avanzaban con sus mochilas cargadas de provisiones y equipo de investigación. Ambos eran apasionados por la naturaleza y estaban en medio de una expedición científica para estudiar la fauna local. El paisaje era impresionante: un horizonte infinito de hierba alta y dorada, salpicado de baobabs y acacias que daban sombra a pequeñas manadas de animales.

Mientras caminaban, absortos en sus mapas y notas, un rugido atronador interrumpió su conversación. A unos cien metros, un león majestuoso emergió de entre la maleza, fijando su mirada en ellos. Su melena, enredada por el viento, parecía un fuego dorado, y sus pasos eran lentos, seguros, aterradores.

– ¡Oh, Dios mío! –exclamó Mike, su voz temblando mientras dejaba caer el cuaderno al suelo. Se paralizó por un instante, pero rápidamente comenzó a buscar con la mirada algo que pudiera servirle.

– ¡Tom! –dijo, señalando un árbol cercano–. ¡Rápido, trepa o busca algo para defendernos!

Tom, en cambio, abrió su mochila con calma y comenzó a calzarse unas zapatillas deportivas, atando los cordones con cuidado. Mike, mientras tanto, agarró una gruesa rama caída a sus pies y comenzó a retroceder lentamente hacia el árbol, sin perder de vista al león. Mike le gritó:

– ¡¿Qué estás haciendo, loco?! ¡Nunca podrás correr más rápido que un león!

Tom se levantó, se sacudió el polvo y, con una leve sonrisa, respondió:

– No necesito correr más rápido que el león, Mike. Sólo tengo que correr más rápido que tú.